Reflexiones sobre Japón: cables eléctricos

Redefinir. Ampliar. Recuerdos del futuro. Ceros y unos viajando a la velocidad de la luz devoran texturas. Saborean información. Hace tiempo que el viaje comenzó. Conexiones. Marañas, nudos en el cielo. Arterias ennegrecidas controlan sus vidas, mientras crean los recuerdos del mañana. Una lente, una leve brisa bajo el sofocante y pegajoso septiembre japonés. Una ciudad laberíntica, eléctrica. Un click analógico entre miles de argonautas digitales hace el trabajo perfecto: la esencia de una sociedad y sus contradicciones. Mis propios pensamientos, contradictorios. Las cigarras anuncian el despertar del cielo gris y dan la bienvenida a un hormigueo en la planta de los pies. Sin tiempo para pensar. Click. Sin tiempo para parpadear. Otra instantánea. Otra reflexión. Gestos y movimientos frente a una cámara fantasma. La opresión del blanco y negro.

Lugar. La nada absoluta. Puntos de encuentro, distantes, absortos en un punto imaginario, unidos a la tradición. Lógica abstracta. La deconstrucción de la palabra. El Universo concreto se retuerce entre astillas, entre pequeñas gotas de agua que consiguen entrecerrar los ojos de quien sólo mira el cielo de profundo azul Hokusai. Ser y tiempo. Interminables tifones. Vibraciones verticales. Autopistas silenciosas que recorren las pupilas. Un chisporroteo entre amasijos de cables que nunca se terminan. La lenta calcificación de quien normaliza el terror urbano, de aquellos que normalizan el opaco y denso sistema enraizado que limita el libre movimiento del individuo. Las cabezas humeantes ya no piensan, únicamente se dejan llevar lentamente mientras un código encriptado muta hacia lo desconocido.

Los japoneses sueñan que nunca han roto con su pasado. Recuerdan que no pueden negarse a olvidar por lo que lucharon y por lo que han sobrevivido. Lo inmaterial como monumento histórico. Una batalla silenciosa. Evitar que todo se desmorone. Se alejan de una vida llena de olores reales, de texturas que rozaron una vez sus manos, de aquellos sonidos que en la soledad de la inmensa quietud se conviertieron en compañeros de viaje. Una larga travesía, la industrialización, el éxodo rural. La espesura de un bosque digital cercenando lo que encuentra a su paso. Sin compasión. Sin miramientos. Frío y letal en una noche invernal.

El cable como celebración de que la ciencia es siempre una empresa humana al servicio de algo más. La advertencia de que lo existencial se ha sacrificado en la búsqueda de la certeza científica. El yo verdadero desaparece en pos de una verdad muda, una verdad llena de ansiedad, de radical frustración. El yo no es un yo. La gran duda. La vacuidad de lo real. La dimensión personal frente a la negación de lo absoluto con lo personal. El énfasis de lo impersonal, la nada relativa resuena en el cerebro. Una nueva lógica. Nuevas reglas para que todo cambie, para que nada cambie.

Un abismo entre la tradición y la hipermodernidad. Un paso de distancia convierte el suelo sobre el que las creencias existen en la sustancia que conserva la vida del japonés. ¿Cómo realizar la realidad?, ¿Cómo apropiarse de la realidad?. Una falsa autorrealización sobrevuela el aire contaminado. El cielo huracanado que lo arrasa todo ha meditado desde el albor de los tiempos. Un dogma. Conservación. Lo ulterior como modernidad. El caos como belleza. Una amalgama de colores entre templos rota por la energía de lo inerte. Una isla solitaria en un mar de materia muerta.

La excusa. Los desastres naturales. Las guerras. El despliegue  de medios tanto humanos como monetarios podría ser una evasiva, un pretexto para perpetuar la idea de que aquello que desapareció siempre vuelve hacia ellos. Es parte de ellos. La fortaleza del recuerdo. La supuesta elegancia del “cogito ergo sum” cobra más sentido que nunca. Capas y más capas sobre el todo, sobre la profunda nada. Movimientos sísmicos.

Una vez más otra instantánea, otro click, otra reflexión. La complejidad, la profundidad. El pensamiento. No rendirse jamás. La revolución de los 60s nunca terminó. Ese sentimiento de pertenencia a algo mucho mayor que la libertad individual, de preservar la tradición y al mismo tiempo ser vanguardia tecnológica. Bosquejos de una estructura, del sistema, de su totalidad. La cosmovisión. El turista observando todo desde fuera, penetrando con esfuerzo en el interior de algo que no entiende, que le es ajeno pero que con su pensamiento occidental lo pervierte, lo saca de contexto. Interpretaciones alejadas de la realidad, de la realidad nipona.

Blanqueamos , lavamos la cara, occidentalizamos aquello que no comprendemos para sentirnos cercanos a unas tradiciones, a un pensamiento y a una forma de entender unas costumbres diferentes a la nuestra. Discernir nuestra verdad y la suya es funambulismo. Analizar algo tan aparentemente trivial como los postes de luz de Japón, nos lleva a una zona cero. Terminamos donde comenzamos. Una cámara de fotos. Un click. Una reflexión. La complejidad del ser humano. La libertad, la tradición, la vanguardia. El sistema cae una y otra vez. Se levanta , siempre sobre los escombros. El árbol caído se erige de nuevo en el vacío. Sobre nosotros, un cielo gris. Una cigarra vuelve a despertarnos y los cables, los tendidos eléctricos, como un recuerdo del pasado. Capas y capas, y más capas. Fantasmas para un futuro que ni siquiera podemos otear en el horizonte del país del Sol Naciente.

Foto realizada por David Pazos en la ciudad de Tokyo en el año 2015
Foto realizada por David Pazos en la ciudad de Tokyo en el año 2015

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  1. Lecye dice:

    Muy buena reflexión David, me han encantado tus metáforas y definiciones.
    Bienvenido al blog ^^
    Un saludo.

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