Un fugaz tintineo absorbe una explosión gamma. Una interminable espiral de suaves murmullos se agolpan en las manos cálidas mientras un palacio de rocas polares hielan las paredes. Sobre las coloradas mejillas caen pequeñas virutas de aguanieve. Un nuevo despertar se asoma bajo los risueños ojos almendrados. Como un náufrago en medio de un océano, perdida en la espumosa claridad del mediodía, cambia su lánguida expresión y emulando a Antoine Doinel corre hacia la playa en busca de su último reducto de libertad. Sabe que nada volverá a ser lo mismo. La energía que acumula en su interior comienza a brotar y antes de salir a borbotones de sus manos nota como luces de colores: rojas, verdes, blancas se van almizclando al son de un una música de arcordeón. Una mecanografía mental de todo lo aprendido. Una fuerza eléctrica como un cohete sobrevuela el horizonte de su psique y atrae levemente hacia su corazón desconocidas partículas magnéticas.
Un huésped sin rostro ya se escapa; cuerpo y alma se dirigen a través del espacio-tiempo hacia el saber absoluto. Sin rencores, esboza una tímida sonrisa y comprende que ella y el gran sueño de la vida son uno sólo. Todo depende de su voluntad. Las luces de colores, los recuerdos, los planetas errantes que giran sobre su dedo, la opresión en su pecho cuando cruza una mirada, un beso robado y fugaz, una lágrima que se desintegra en mil pedazos… Liberarse de las imágenes. Debe sentir. Sólo así, la magia se hará realidad.